El primer testimonio de titiriteros itinerantes que recorrieron Bielorrusia se remonta al siglo xv. Existen vestigios de espectáculos de Zacharie y Ossip Yakubovski en Vitebsk en el siglo xvii. Más tarde, en los siglos xviii y xix, diversas compañías europeas recorrieron los caminos del país y mostraron diferentes tipos de títeres y de espectáculos mecánicos u ópticos.

En los orígenes: la batleïka

La batleïka (palabra derivada del polaco Betleem, Belén) es una forma característica del teatro popular bielorruso. Su mención más antigua data de finales del siglo xvi. La batleïka (a veces también llamada zhlob o yaselka) emana de los misterios europeos que los jesuitas exportaron hasta Bielorrusia vía Polonia. Era un espectáculo de Navidad (Nacimiento), parecido a la szopka polaca o al vertep ucraniano. Se trataba de una caja en forma de iglesia o de casa de dos pisos. Pequeños títeres de varillas, a veces recubiertos de piel de conejo para amortiguar los ruidos de la fricción con la madera, se movían a través de ranuras hechas en la parte inferior del escenario. En el interior, la caja estaba cubierta de imágenes de santos. El espacio de representación estaba compuesto por una parte central donde se desarrollaba la acción y por dos arcos reservados a la entrada y a la salida de las figurillas. La representación estaba dividida en dos partes. La primera parte combinaba el misterio de la Navidad y la muerte del rey Herodes. Al principio, cuando la batleïka era una práctica exclusivamente ritual, solo se representaba esta parte. Pero, a partir del siglo xvii, la parte religiosa comenzó a perder importancia en beneficio de una segunda parte secular y profana que mostraba entremeses alegres y a menudo obscenos con diálogos cómicos, peleas y retruécanos. El personaje principal de los entremeses era un campesino bielorruso, torpe, travieso y astuto que respondía al nombre de Matey. Estaba acompañado por muchos otros personajes de nacionalidades y de ocupaciones diversas (el doctor, el dandi, el gitano, el judío, el cosaco, etc.). El nombre y el orden de las escenas dependían de la habilidad particular del exhibidor de batleïka, que debía animar y hacer hablar hasta a cuarenta títeres él solo. La batleïka se realizaba con música (a menudo con un violín y un tamboril).

Cuando la iglesia vio esa práctica sagrada convertirse en pura diversión, se opuso a ella. Irónicamente, esto contribuyó a la difusión y a la popularidad de la batleïka. Se mostró en todos los lugares – en las casas, las tabernas, las calles y en las plazas de pueblos y ciudades – y se transmitió de una dinastía a la siguiente. A finales del siglo xix, mientras las tradiciones populares del teatro perdían dinamismo, se intentó poner por escrito las obras y las representaciones de los titiriteros. La batleïka se menciona hasta la década de 1920. Desempeñó un papel decisivo en el desarrollo del teatro y de la puesta en escena bielorrusos. Sus temas, sus intrigas y sus intenciones han alimentado todo tipo de relecturas por parte de los directores. A partir de la década de 1980, las compañías también se inspiraron en el teatrino de batleïka y en su estructura de dos pisos, así como en la fusión de lo profano y de lo sagrado en un mismo escenario.

La época soviética

El arte del títere bielorruso en la década de 1930 se inspiró en los modelos rusos y ucranianos. El entusiasmo del público y el apoyo del estado permitieron crear formaciones especializadas de las que salieron numerosas compañías de aficionados o profesionales. El primer teatro nacional, el Belorusskyi gosudarstvennyi teatr kukol (Teatro Nacional Bielorruso de Títeres), se estableció en Gomel en 1938. Durante la Segunda Guerra Mundial, la compañía representó para el ejército. Se instaló de manera permanente en Minsk en 1950. Los episodios más gloriosos de su historia son indisociables de los nombres del director Anatoli Leliavski (1923-1995) y del decorador Leonid Bykov (nacido en 1927), que codirigieron la compañía hasta finales de la década de 1950. Les debemos la moda de los héroes, las intrigas novelescas y las salidas artísticas imprevisibles. Contribuyeron a enriquecer los escenarios bielorrusos con una gran variedad de títeres y a ampliar el registro de las técnicas escénicas.

A partir de la década de 1960, el vasto territorio ocupado por la República Democrática de Bielorrusia se cubrió de teatros de títeres. Generalmente eran creados por actores como complemento de compañías teatrales y, más adelante, se convertían en unidades independientes. Ese esquema de desarrollo duró hasta finales del siglo xx.

Hoy en día

A comienzos del siglo xxi, cada ciudad bielorrusa disfrutaba de su propio teatro nacional de títeres, cosa extraordinaria para un país de tamaña superficie: Gómel (1963), Brest (1968), Maguilov (1976), Grodno (1981), Vitebsk (1985), Maladzyechna (1990, Teatro regional de títeres de Minsk).

En 1996, se creó un Centro nacional Unima y se instaló en los locales del Teatro de Títeres de Brest, dirigido por Mijaíl Chavel, que también llegó a ser presidente del centro.

Desde un punto de vista estético, el títere bielorruso es el fruto de tradiciones teatrales nacionales y de la rica tradición de algunos de sus vecinos: Polonia, Lituania, Rusia, Ucrania.

Las producciones locales se distinguen por una mezcla equilibrada de experimentaciones y de accesibilidad. Varían en género (de la batleïka tradicional a la revista de música pop), en tamaño y en técnicas. Desde la década de 1990, como el teatro de títeres bielorruso ha obtenido derechos equivalentes a los del teatro de actores, los títeres prosperan libremente y sin complejos al lado de las obras de teatro, de las comedias musicales, de la música popular y de las artes visuales. En Bielorrusia, el títere es una forma artística al mismo tiempo respetada y extremadamente popular. A pesar de la distancia, las diferentes compañías están en constante diálogo las unas con las otras y colaboran fácilmente con compañeros del mundo entero. Los principales directores (Mikalai Andréiev, Alexei Leliavski, Aleg Jiugjda y otros) trabajan con diferentes compañías, en Bielorrusia o en el extranjero. La importancia que conceden a los clásicos mundiales (Le Miracle de saint Antoine El milagro de San Antonio y L’Oiseau bleu El pájaro azul de Maurice Maeterlinck; The Star-Child El niño estrella de Oscar Wilde; Les Chaises Las sillas de Eugène Ionesco; La tempestad y Macbeth de William Shakespeare; El suicida de Nicolai Erdman; El rey y Strip-tease de Slawomir Mrożek) no les impide volver a sumergirse de vez en cuando en el repertorio nacional y alimentarlo con su colaboración con autores bielorrusos contemporáneos.

Los titiriteros bielorrusos son estimados en el mundo entero y el país acoge regularmente festivales internacionales: en Minsk, desde 1990, y en Brest, desde 1996. La Belaya Vezha (Torre blanca), festival anual fundado en parte por el teatro de títeres de Brest, se distingue por la riqueza de su programación.

Desde 1975, la Academia Bielorrusa de las Artes de Minsk forma profesionalmente a titiriteros, directores y decoradores. En 2005, los cursos estaban dirigidos por Alexei Leliavski.

Bibliografía