La tradición islandesa en materia de títeres es muy reciente, pero se apoya en una literatura ancestral. Los titiriteros islandeses han fundado su arte y su repertorio sobre las sagas que ponen en escena una naturaleza poblada de troles, elfos y hadas, y sobre el inagotable folklore de la isla.
El primer espectáculo de títeres fue dado por un danés en 1914 en un pequeño pueblo de pescadores al sur de la isla. El pobre hombre pasó, a ojos de los aldeanos, por un loco que no tenía ya edad para jugar con muñecas. Se convirtió en el hazmerreír del pueblo. El segundo espectáculo conocido fue un Fausto representado por los estudiantes de la escuela de artes y artesanía de Reykjavik en 1934 bajo la autoridad del titiritero alemán Kurt Zier y de uno de sus profesores. En 1955, Jón E. Gudmundsson fundó el primer teatro de marionetas de Islandia: el Íslenka Brúduleikkúsid (Teatro islandés de marionetas). Montó espectáculos en Reykjavik y en todo el país durante muchos años.
En 1968, Kurt Zier, director de la Escuela de Artes y Artesanía, participó en la fundación de la compañía Leikbrùduland (País de títeres). La compañía organizó una formación en colaboración con la televisión islandesa y los cinco primeros años de su actividad se consagró casi exclusivamente a este medio. Leikbrùduland producía en su propio teatro en Reykjavik, de 1973 a 1998. La compañía hizo giras por Europa y recibió diversos galardones por sus obras Historias gigantes (1983) y Prohibido reírse (1998).
A principios del siglo XXI, Likbrùduland seguía siendo la principal compañía del país. En 2000, La Princesse dans la harpe (La Princesa del arpa), inspirada en un episodio de la Saga de los Völsungar, fue representada por toda Europa y retransmitida por la televisión nacional islandesa. Para esta obra, Petr Matasek creó en el escenario un carrusel sobre el que desfilaban los títeres. Proyecciones de vídeo hacían los cambios de decorado. Por otro lado, varios grupos profesionales recorren el país y producen para los teatros, las escuelas y los colegios. El folklore ancestral sigue siendo la influencia principal de los titiriteros. Así el Brùdubíllin (El camión-títere), dirigido por Helga Steffensen, que, desde el año 1980, durante el verano actúa cada día en un entorno diferente y propone espectáculos al aire libre para niños. Sögusvunstan (El teatro de bolsillo), fue fundado en 1984 en Reykjavík por Hallveig Thorlacius; este artista se dedicó por entero al objetivo de asegurar la transmisión oral de historias como las que él conoció en su infancia.
El interés del público islandés por los títeres se ha desarrollado considerablemente. En los años 2000, ya nadie tiene a los titiriteros por locos y si el público se ríe, ya no es a costa del artista y sus títeres.