Sin duda alguna, las huellas más antiguas de títeres peruanos se pueden encontrar en la cultura de los Anakuruss, quienes, según la creencia popular, mucho antes de la época de los Incas (siglo XV), vivían dispersados por el territorio y solo se reunían ocasionalmente para celebrar juntos sus fiestas. Títeres confeccionados con fibras, lana e hilos se empleaban durante estos rituales religiosos, oraciones públicas, curaciones y otras ceremonias de iniciación. Asimismo, se han encontrado pequeñas figuras de vidrio, llamadas cuchimilcos, entre los restos de la cultura Cháncay (siglo XIII), en las tumbas de los niños. En Perú al igual que en otros países del nuevo mundo, las artes escénicas están marcadas por la unión entre las culturas locales y las colonizadoras.

El Perú colonial

En Lima, capital del virreinato de Perú, el teatro, y en particular el arte del títere, se desarrollaron desde finales del siglo XVI. Así se encuentra el rastro de un espectáculo de pago llamado “castillo de las maravillas” organizado por una compañía constituida en julio de 1597. Las escenas representadas en el interior de castillitos de madera podían ser profanas pero también sagradas, como las que se pudieron ver en 1629 en los conventos franciscanos con motivo de la canonización de veintitrés mártires de dicha orden monástica. En el siglo XVII hubo representaciones de máquina real en Lima. Hay noticias de que en 1699 se representaron, en el colegio San Agustín, varias comedias con títeres grandes en una de estas “máquinas” que gestionaba doña Leonor de Gondomar; el propio virrey de la Monclova autorizó las representaciones.

Apreciado por el público por su frescura y novedad, el teatro de títeres en la Lima colonial se desarrolló mientras que los espectáculos dramáticos habituales experimentaban cierto declive. En 1761, el teatro de la Fraternidad del hospital de San Andrés fue renovado con el fin de acoger espectáculos de títeres. Entre las figuras relevantes de este arte cada vez más floreciente, cabe mencionar el caso de un tal Pascual Calderón, personaje pintoresco y emprendedor, titiritero y acróbata o el caso de Ignacio Cantos, ambos recibieron del juez la autorización para presentar sus espectáculos en la calle, lo que les trajo un creciente éxito entre el pueblo de Lima.

Los siglos XIX y XX

En cierta medida, el teatro de títeres peruano era una reproducción más o menos fiel del retablillo extendido en España, aunque la mezcla de culturas dio nacimiento a nuevos personajes, historias y compañías correspondientes al gusto criollo. En este punto cabe mencionar el papel que jugó en el siglo XIX Manuel Valdivieso (nacido en 1828 y conocido como “Ño” Valdivieso). Creador de farsas, hábil manipulador, este hombre de origen humilde estuvo en el nacimiento de más de trescientos personajes populares, entre ellos Don Silverio, Mamá Gerundia o Chocolatito.

En cuanto a Manuel Feliciano de la Torre (1897-1953), era conocido por el nombre de “Amadeo de la Torre, el Tiritirero”. También pintor y escultor, creó personajes criollos típicos como el Negro Betún, Don Lunes, el Chino fumador, el Hombre de la Calle, el Borracho número 1. Fundó su primer teatro de títeres en 1933 y presentó sus espectáculos en todo el país durante veinte años. En los años 40, el arte del títere se desarrolló sobre todo en la región de Cuzco con motivo de las fiestas de la Santísima Cruz y de la Virgen de la Natividad, así como durante la celebración del Corpus Christi. Los altares eran sacados a las calles, mientras que los titiriteros autóctonos o españoles eran contratados para “alegrar las ceremonias”. Los maestros Velasco, Zamata, Germán Ramítez y Castañeda se encontraban entre ellos.

Sin embargo, también existían en esta región, fruto de antiguas prácticas indígenas, títeres de hilos rudimentarios fabricados con arcilla, empleados en las danzas, llamadas chukchos, que imitaban las convulsiones de los enfermos de malaria; eran acompañados por el baile de títeres médico que intentaban calmarlos, inyectando a sus pacientes con jeringas y lanzando hojas sobre ellos. Otras danzas incluyen a los majeños – danzas que representan a los arrieros que bebían vino Majes, borrachos y con una botella en sus manos; y a la adoración al sol, inspirada sin duda por la fiesta del Inti Raymi y que todavía se celebra hoy. No había violencia entre los títeres cuzqueños; aparecían, bailaban y se enamoraban. Los únicos títeres que hablaban eran los shikilas: personajes que representaban a abogados y jueces, con grandes narices, y usando altos sombreros de copa y levitas. Tradicionalmente, uno de ellos llevaba un libro que representaba contener las leyes absurdas del país. En un momento dado de la danza, los abogados podrían acusar a uno de los espectadores de haber cometido un delito, por lo general algo absurdo y simple; de esta forma se  montaba la escena de un juicio entre el público y los títeres, con sus correspondientes defensa y sentencia.

Entre los artistas que se distinguen en esta época, cabe mencionar a Manuel Beltroy y su teatro los Títeres de Arte, entre 1945 y 1965, o también a Emilio Bobbio Alejos, con su Teatro de Títeres Santa Claus, con títeres de un acabado perfecto y sus hermosas puestas en escena de cuentos y leyendas de Perú, además de ciertos clásicos de la literatura para niños.

A lo largo del siglo XX, el teatro de títeres peruano se enriqueció con nuevas compañías y aristas de talento como José Solari Hermosilla, que con su compañía recorrió Canadá, los Estados Unidos, América central, el Caribe y trabajó durante veinte años en el Teatro Nacional de Guiñol, de Cuba. Tras su muerte en 1987, Felipe Rivas Mendo (n. 1940) heredó sus títeres y su material.

Además de Lima y Cuzco, la ciudad de Arequipa tuvo su propia tradición, con titiriteros como Víctor Montesinos Aliaga, iniciado en este arte en 1921, y Adela Pardo de Belaunde, a la cabeza de su Teatro Petroushka desde 1956. Entre los muchos grupos y creadores peruanos, cabe destacar el Teatro de tíreres de Cajamarca, compañía fundada en 1895 por José Santos Taica, que con más de cien años de existencia es la mayor de las compañías peruanas. Está formada por la familia Taica y es actualmente dirigida por Rafael Taica, representante de la tercera generación. En 2011, la familia inauguró en Cajamarca el Museo de la Marioneta Manuel Nicanor Taica (en honor al hijo de José Santos Taica), formado por la colección de títeres de la familia. Otros autores importantes de la escena contemporánea son Marcela Marroquín Osorio y su grupo Marionetas Marroquín, (Lima, 1952); Felipe Rivas Mendo y su compañía de teatro de títeres, Pinocho, fundado en 1961; la compañía Kusi Kusi (1963) en Lima, por Victoria Morales y Gastón Aramayo; el grupo Antarita de Huacho dirigido por Mario Enrique Herrera Asín (1976); el teatro Paco Yunque, fundado en Arequipa por José Borja Salinas (1974); Amigos de Chiclayo, (1976), dirigida por Azucena Arrasco; o La Tarumba, grupo de teatro, mimo y títeres de Fernando Cevallos (Lima, 1984).

Entre las compañías que aparecieron en los años 90 o más recientes, cabe señalar al Teatro Hugo & Inés, Fundado en Lima en 1986 por Inés Pasic y Hugo Suárez, y El Botón Teatro y Títeres, fundado en Trujillo en 1992 por Carlos Benites y Cesar Gutiérrez.

En 2002, fue creada la UNIMA-Perú, bajo la presidencia de María Teresa Roca, fundadora, en 1989, de la compañía Madero Grupo de Teatro, que aborda temas sociales, relacionados con los derechos del niño y con la defensa el medioambiente.

Bibliografía

  • Lohmann Villena. Guillermo. El arte dramático en Lima durante el Virreinato. Sevilla: Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1945.