Como testimonian ciertos pasajes del Popol Vuh o Libro del Consejo (“biblia maya”), exhumado en Guatemala en el siglo XVIII, es muy posible que los primeros muñecos animados fueran utilizados por los pueblos amerindios en el curso de sus ceremonias mágicas y religiosas. Por otra parte el museo nacional David Joaquín Guzmán, de El Salvador, abriga en su sala dedicada al arte preclásico una colección de títeres articulados descubiertos en el curso de excavaciones hechas en la región de la Finca Bolinas, en los alrededores de Chalchuapa.
En El Salvador, país de fuerte impregnación católica, el sincretismo entre las costumbres locales y las tradiciones culturales de origen español se expresa notoriamente en la figura del “Niño perdido”, el niño Jesús reencontrado por José y María (Lc 2, 41-50). Existen figuras talladas en madera que se exhiben con ocasión de las Pastorales (en Navidad) o en el curso de las fiestas tradicionales de Levante (los célebres “moros y cristianos”), alternando con los actores que recitan perras (chascarrillos), cuentos y presagios. Para Navidad, las representaciones del Nacimiento con títeres son igualmente frecuentes.
Se reencuentra la huella de un teatro de títeres propiamente dicho en los años 1950, a través de un cierto Don Cesar, titiritero de la región de Cabañas, y de sus personajes el Tío Zope y el Diablo; o incluso en la gira de la compañía Alma salvadoreña, una compañía de títeres y fantoches que se desplazaba de feria en feria, y cuyos manipuladores, ocultos detrás de una gran capa negra, siempre provistos de pito, el accesorio bucal tradicional, presenta los personajes típicos del Diablo, el Cura, el Borracho o el Policía.
El papel de la escuela en la transmisión de la tradición de los títeres fue importante, principalmente gracias a los cursos y talleres de la Escuela Normal del Salvador y por la publicación de estudios especializados. Algunos grupos adaptaron fábulas extraídas de Los animales hablan, obra del poeta y escritor argentino Álvaro Yunque. En los años 1960 se asiste a un interesante crecimiento de las artes del títere, cuando aparecen los principales teatros y se multiplican las representaciones en los barrios y en las escuelas del país. En 1964 el Teatro Nacional de San Salvador dio la bienvenida a la compañía italiana I Pupi en su primera gira por el país.
En los años 1970 nacieron otras experiencias, como aquella del teatro “La Ranita” de Roberto Franco, diplomado del Centro Nacional de Arte, que, después de su descubrimiento del Píccolo Teatro de Paco Campos, fundó el Teatro guiñol universitario. En la misma época estaba presente en El Salvador, el titiritero argentino Sergio Kristiensen y su Pequeño Molino, que también contribuyó a la difusión y a la enseñanza de las artes del títere en el país; representando obras como El pícaro burlado, de Javier Villafañe, y “Mariluna y el Pirata”. Por otra parte, este trabajo de difusión fue completado entre las comunidades marginadas por la Secretaría de Extensión Universitaria a comienzo de los años 1980. También la compañía Bululú organizó cursos y talleres con la colaboración de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas.
En 1980, fue fundado Ocelot teatro bajo la dirección de Jorge Amaya, cuya obra más notable fue la adaptación del Popol Vuh al teatro de sombras y con música en directo. Comparte el mismo espíritu de aproximación a las raíces indígenas su montaje Somos maíz.
En 1983 se crea la Asociación Salvadoreña de Trabajadores del Arte y la Cultura ASTAC; entre los catorce grupos fundadores había cinco grupos de teatro dedicados a las representaciones de títeres, tres exclusivamente (Cipitín, Pequebú y Los Ruiseñores) y dos, de forma parcial (Bululú, Calabaza).
Tras la desaparición de Roberto Franco(1983) el titiritero Narciso de la Cruz “Chicho”, continuó su labor recorriendo los pueblos con sus títeres, cuentos y perras.
El teatro de títeres en El Salvador en la actualidad, puede parecer humilde, pero sorprende por su creatividad. Aparecen titiriteros autodidactas, quijotes que sobreviven contando cuentos a niños de comunidades, montando obras esporádicas y demostrando que tienen fe en su arte. Entre ellos, Eduardo Saravia, Óscar Flores, Francisco Ramos, Juan Paredes, Alejandro Jovel, Rolando González, Jorge Gámez, Mariano Espinoza y José Amaya, alumno del Maestro Franco y compañero de “Chicho”, que después de varios años recorriendo América y Europa, regresó a El Salvador.
En el año 1994, se inauguró en San Salvador el Centro de Documentación Teatral que recoge una importante exposición de máscaras originales de esa zona.
Bibliografía
- Cruz Mendoza, Narciso de la y Martínez, Mirna, “Apuntes sobre el Teatro de Muñecos: Su desarrollo histórico y orientaciones alternativas en El Salvador”, Vereda, nº 3, (mayo-julio 1991), órgano de la Asociación Salvadoreña de Trabajadores del Arte y la Cultura (ASTAC). San Salvador, 1991.
- Haberland, Wolfgang. “Notas adicionales sobre figurillas articuladas”. Vereda. San Salvador: ASTAC, 1991.
- Teatro de muñecos en Hispanoamérica. Bilbao: Centro de documentación de títeres de Bilbao/Centro de documentación teatral, 1995.