Pequeño aparato que se coloca en el interior de la boca, entre la lengua, el paladar y los dientes superiores que sirve para modificar la voz. Este accesorio vocal se puede comparar con la caña de un oboe. El pito está formado por una lámina fina que vibra, hecha de piel, de corteza o de madera insertada entre dos piezas de madera o cuero o sobre una especie de peine. En la obra Recherches sur la France (Investigaciones sobre Francia), Étienne Pasquier comentaba lo siguiente sobre el pito: «Hace menos de doce o trece años murió un bufón llamado Constantin, que era capaz de reproducir casi todos los tipos de voz: unas veces el canto de los ruiseñores… otras veces el sonido de un burro, el sonido de tres o cuatro perros que se pelean… Con un peine en su boca, reproducía el sonido de una bocina» (en Le Magasin pittoresque (La tienda pintoresca, 1833). El pito se utiliza cada vez que se quiere distorsionar la voz para que se corresponda al físico y al carácter del personaje o, por el contrario, para hacer que sea distinta y convertirla en algo irreal.  Podemos encontrarlo, por ejemplo, en India, en Rajastán, para deformar las voces de los titiriteros de kathputli que tienen que hablar «como una serpiente» y, gracias al pito, se obtiene la voz característica sibilante y silbante de Punch (Gran Bretaña) o de Polichinela (Francia). Se utiliza para Petruchka en Europa del Este. En África, se utiliza en Camerún, Gabón, Guinea Ecuatorial, Níger, Nigeria y en la República Democrática del Congo. A veces se le llama amuleto y puede ser de marfil, de cáscara de huevo de avestruz, de hueso, bambú o plata. El pito o sifflet-pratique tiene distintos nombres según el país: Punch calls, swozzle, swazzle, swatchel o roo-ti-toot-toot en Inglaterra; pichtchik en Rusia; ru-tyu-tyu en Ucrania; fischio o pivetta en Italia; pratique en Francia; cerbatana o lengüeta (además de pito) en España; guíjola en México. En India, en Rajastán, se llama booli. En China es u-dyu-dyu y se remonta al periodo Tang. «Bajo la dinastía mongola, podían ser de metal, aunque la mayoría eran de hoja de bambú o de otro material vegetal. Sirve para marcar la entrada a escena de un títere, para acompañar el canto, para imitar ruidos especiales, como llantos de niño, el canto de un gallo o el relincho de un caballo. También se utiliza en los diálogos hablados cuando un único titiritero tiene que hacer el papel de varios personajes, para marcar las diferencias de voces: en este caso, se utiliza para las voces femeninas» (Jaques Pimpaneau, Des poupées à l’ombre (Muñecos en la sombra), 1977).

En cualquier caso, este instrumento puede ser peligroso. Se cuenta que el viejo Borgniet, fundador de una línea de titiriteros feriantes, se tragó este instrumento en 1866 y murió asfixiado en el teatro mientras manejaba a Polichinela.  Pero no hay que confundir el pito con el mirlitón o el kazoo, que son aparatos formados por un tubo y una piel que vibra por los que se habla y canta poniéndolos sobre los labios, fuera de la boca. Sergueï Obraztsov, cuando tenía unos veinte años, acudió a un titiritero feriante, Ivan Afinoguénovitch Zaïtsev, para poder perfeccionar su técnica. «Le rogaba a mi anfitrión que me enseñara cómo se producía la voz punzante de Petruchka. Él sacó entonces de una caja un paquetito que desenvolvió y sacó un pequeño silbato de plata envuelto en un pañuelo: este silbato estaba hecho de dos láminas unidas por una pequeña cinta. Zaïtsev se puso el objeto en la boca, movió los labios, probablemente para introducir más adentro alguna parte, y produjo la estridente voz de Petruchka: “Me mueeee-ro”. Siguió con el juego imitando tanto la voz de Petruchka como la suya propia, lo que le obligaba a poner cada vez el silbato contra su mejilla” (en Mon métier, Mi profesión).

En los años 1940-1950, en París, los niños utilizaban el pito como juguete y estaba formado por un semicírculo de cuero hueco con un diámetro de 25 milímetros que estaba engastado en una anilla metálica que tenía una pequeña piel que vibraba. Se le daba el encantador y evocador nombre de «ruiseñor». Los pilluelos, muy astutos, se los ponían sobre la lengua para imitar los gorjeos de los pájaros y para hablar de forma extraña. Todavía se pueden encontrar en las tiendas de bromas o en los puestos de los vendedores ambulantes en la calle.