El nombre de Kuruma ningyô, literalmente ‘títeres rodantes’, se refiere al carro sobre el que el manipulador se colocaba en esta variante del arte del títere bunraku. El primer objetivo era limitar el costo que entraña la presencia de tres manipuladores por títere. Los primeros intentos se remontan a mediados del siglo XIX, con la iniciativa de un titiritero profesional -Nishikawa Koryu (1824-1897)- de la región de Saitama, al norte de Tokio. Varias compañías adoptaron su técnica, que, efectivamente, permitía controlar los movimientos de un títere por un solo titiritero, pero hoy en día no queda prácticamente nada de ellas, con la excepción de la de Hachiôji, suburbio al oeste de Tokio, dirigida desde 1997 por el quinto Nishikawa Koryû. El carro del manipulador es una caja de madera ligeramente convexa (la parte plana es de unos 23,5 centímetros de largo y 17 centímetros de ancho, y la caja de 22 centímetros de alto). Está montado sobre ruedas (dos delante y una detrás, que le permiten girar fácilmente sobre sí misma). El manipulador trabaja sentado en un taburete encima del carro, se mueve libremente haciendo avanzar el carro con los pies. El taburete está unido a su cintura, puede incorporarse cuando sea necesario. En la mano derecha sostiene la varilla de la mano derecha del títere, en la mano izquierda las de la mano izquierda y la cabeza del títere, que en este caso no está articulada. Los ganchillos que el manipulador controla con los dedos de los pies, están unidos a los talones de los títeres y éstos últimos se mueven al ritmo de sus propios movimientos, dando así la impresión de andar de verdad y no de flotar en el aire. El titiritero viste de negro, encapuchado, y como en el bunraku, el texto es recitado por un recitador. El repertorio es fundamentalmente el mismo, aunque también se representan libretos modernos o nuevas adaptaciones. Así, en 2003, la compañía de Hachiôji presentó una nueva versión para títeres de la novela picaresca Tôkaidô-chû hizakurige A pie por Tôkaidô (1802-1822). Al principio, el kuruma ningyô utilizaba otro estilo de narración, el de sekkyô-bushi, particularmente popular en la época de Edo al norte del país, pero también practicaba el gidayû-bushi clásico (sobre éstos géneros ver Japon) e hizo también diversos intentos, incluyendo el de confiar el texto a los titiriteros. La compañía tuvo unos años muy duros en el periodo de la post-guerra, pero ahora es reconocida como “bien cultural” de la región de Tokio. Ahora está muy activa de nuevo y multiplica sus giras e intercambios tanto en Japón como en el extranjero. Por otro lado, forma a jóvenes artistas y anima a la escritura de nuevos libretos.