La imagen tradicional del titiritero itinerante plantando su tinglado en las ciudades y en los pueblos durante las ferias o las fiestas no debe hacernos olvidar que también existieron lugares fijos donde se presentaban regularmente espectáculos de títeres. Así, en algunos países hubo una sedentarización parcial del teatro de títeres. En Italia, por ejemplo, a partir de la segunda mitad del siglo xvi, algunos lugares precisos ya acogían titiriteros. Por ejemplo, el largo Castello y la via Toledo en Nápoles, la Plaza del Duomo de Milán, la Plaza Navona en Roma o la Loggia dei Lanzi en Florencia. Y, cuando la Iglesia prohibió ese tipo de espectáculos, especialmente durante la Contrarreforma, los artistas se desplazaron a los pequeños teatros privados de los palacios aristocráticos.

Los siglos xvii y xviii

En la segunda mitad del siglo xvii, en Venecia, en el teatro Zane en San Moisè, las representaciones in persona se alternaban con las óperas de títeres como Damira placata y Ulisse in Feaccia, de Filippo Acciaioli, en 1680 y 1681. Durante el carnaval de 1694, en Bolonia, dos óperas con títeres, Olimpia vendicata (Olimpia vengada), de Aurelio Aureli, y La Bernarda, de Tommaso Stanzani, fueron asimismo representadas en la sala del Teatro Público y en el teatro San Paolo. Pero parece que el primer teatro fijo de títeres fue abierto en Viena en 1667 por Pier Resonier, mientras que, en Paris, en 1676, antes de tener que conformarse con la feria Saint-Laurent, bajo la presión de Lully, la Troupe Royale des Pygmées obtuvo el privilegio de presentar su primer espectáculo “en su Albergue Real, en el Marais du Temple”. Pero, sobre todo, los teatros dedicados exclusivamente a los títeres se construyeron en la segunda mitad del siglo xviii. Dejando al margen los teatros principescos o reales, como el pequeño teatro del Palacio de la Cancillería en Roma, dirigido por el cardenal Ottoboni en 1708, o el teatro de títeres del palacio de Schönbrunn, establecido en 1777, estos nuevos lugares a menudo nacieron de la iniciativa de compañías que se habían estabilizado progresivamente. En 1767, en Turín, Lorenzo Guglielmone, sastre de profesión y titiritero por vocación, se había construido un edificio de madera, bautizado Teatro del Sastre Guglielmone, que dirigió hasta 1786, fecha en la que fue destruido y reemplazado por el teatro de Angennes. En Milán, los primeros teatros fijos aparecieron también en la segunda mitad del siglo xviii: el teatro Gerolamo nació en 1795 cuando el titiritero Giuseppe Fiando se mudó a Milán para abrir un teatro en una sala del Albergo del Dazio Grande, en la Plaza del Duomo. En Francia, el Théâtre de Séraphin perduró cerca de un siglo a partir de 1772 y destacó en el teatro de sombras, pero también en el de marionetas de hilo. En Austria, en 1776, la supresión del monopolio teatral del Estado trajo consigo, no solo la afluencia de compañías itinerantes, sino también la construcción de nuevos teatros como el de Leopoldstadt (1781), desde entonces estrechamente ligado al nombre de Johann Laroche, creador de Kasperl.

Los siglos xix y xx

En el siglo xix, nacieron nuevos teatros en la estela de la industrialización. En Italia, el teatro Gerolamo fue construido en Milán en 1868 y Angelo Fiando, nieto de Giuseppe, su fundador, presentó allí sus espectáculos hasta 1882, fecha en la que también lo hicieron otras compañías de marionetas de hilo (la familia Croce, Antonio Colla, Luciano Zane, Carlo Sebastiani) y de guante (Francesco Campogalliani). En Turín, la compañía Lupi se instaló en 1884 en el teatro de Angennes, que tomó el nombre de Gianduja en 1891. En Roma, desde el principio del siglo xix, el pequeño teatro del Palazzo Fiano, donde se presentaban espectáculos de títeres, estaba abierto todo el año, incluso durante la Cuaresma. Allí, la máscara de Cassandrino fue animada por Filippo Teoli con música, escenografías y un vestuario muy cuidado. Ese teatro, el precio de cuyas entradas era bastante elevado, fue muy frecuentado por ilustres representantes de la cultura romana, pero también por Stendhal, Charles Dickens, Ferdinand Gregorovius y Giacomo Leopardi. En Sicilia, en Palermo, las compañías de pupi se instalaron en salas fijas en la primera mitad del siglo xix porque las representaciones estaban divididas en ciclos que comprendían más de trescientos episodios que el público podía seguir cada noche, mientras que en Nápoles, el teatro San Carlino acogía desde el siglo xviii farsas y comedias con Pulcinella, pero también, en ocasiones, espectáculos de pupi. En Francia, el teatro de Séraphin abrió una nueva sala en 1858, en el paso Jouffroy, en París; en Lyon, a la vez que el teatro de guiñol – que se había multiplicado en los cafés – empezaba a perder su elocuencia subversiva, Pierre Rousset compró el Café Condamin en 1878 y se propuso seducir a un nuevo público en un verdadero teatro, el Guignol du Gymnase, fundado en 1887. A finales del siglo, se multiplicaron las salas que acogían los espectáculos de títeres como el Chat noir (abierto en Paris en 1881), el efímero Théâtre des Pantins (ver Jarry) o el Guignol des Quat’z’arts.
En Asia, el teatro de títeres se difundió a través de cuentacuentos y de titiriteros itinerantes, pero en Japón, el ningyô-jôruri sobrevivió con la forma de bunraku y la compañía se instaló en 1872 en una sala llamada Bunraku-za (“teatro Bunraku”) en honor a Bunrakuken, fundador del linaje de los Uemura. Otras salas fijas funcionaron en otros lugares de Japón.
El movimiento de sedentarización se intensificó en el siglo xx con la transformación en establecimiento permanente, por ejemplo, en Alemania, en 1900, del Teatro de títeres de Múnich (fundado por Papa Schmid en 1858); la creación, en 1905, del Teatro de títeres de los artistas de Múnich bajo la dirección de Paul Brann; y la fundación, en 1911, del Baden-Badener-Künstler-Marionettentheater (Teatro de títeres de los artistas de Baden-Baden) por el pintor y diseñador Ivo Puhonný; o en Austria, con la inauguración del famoso Teatro de los títeres Salzburgo en 1913. En Italia, el escenario más famoso fue el del teatro Odescalchi, que a partir de 1914 acogió la compañía de los Piccoli, dirigida por Vittorio Podrecca. Allí se crearon también los Ballets plásticos con títeres diseñados por el futurista Fortunato Depero. Por su parte, la compañía Carlo Colla et Fils se instaló entre 1910 y 1957 en el teatro Gerolamo de Milán.
En la Unión Soviética y en los países de Europa del Este, la reforma del teatro de títeres se apoyó sobre los teatros permanentes, aunque el primero de ellos fue creado antes de la Revolución, en 1916, por Yulia Slonimskaya (1884-1972) y Pyotr Sazonov (1882-1969) en Petrogrado. Una etapa fundamental fue superada en 1931 cuando Sergei Obraztsov fue colocado a la cabeza del teatro de títeres de Moscú, que comenzó con una compañía de doce colaboradores y se convirtió en una empresa que reunía trescientas cincuenta personas. Después de la Segunda Guerra Mundial, mientras que en Europa Occidental el teatro de títeres sufría un eclipse, en los países comunistas ese género, por el contrario, suscitó un creciente interés del Estado como herramienta pedagógica y condujo a la creación de numerosos teatros fijos; los más célebres son, en Rumanía, el teatro Ţăndărică en Bucarest (1949); en Checoslovaquia, el teatro Spejbl y Hurvínek (1945) y el Teatro Central (1949), hoy Minor, en Praga; el teatro Radost (1949), en Brno; el DRAK, en Hradec Králové (1958), mientras que en Polonia, el Estado también se encargaba de teatros como el Groteska de Cracovia (fundado en 1945). En China, con un espíritu parecido, mientras el teatro de títeres tradicional estaba cada vez más cerca de desaparecer (sería casi erradicado por la Revolución cultural en los años 60), la Compañía Nacional de Títeres (Ver China Compañía Nacional de Títeres de) se fundó en Pekín en 1955 bajo la dirección del Ministerio de Cultura, junto a otros teatros, creados en otras provincias.
Hoy, si bien todavía existen teatros estables históricos (en Múnich, en Salzburgo, en Génova o en Bruselas, por ejemplo) y aunque otros lugares permanentes han conseguido mantenerse (en Francia podemos contar veintisiete), los espectáculos de títeres, festivales aparte, también se integran muy a menudo en las programaciones de teatros para niños.