Pinocho merece una mención especial entre los personajes de la literatura juvenil que se han convertido en universales, ya que son portadores de valores y de sentidos que sobrepasan el marco infantil para el que han sido creados. Efectivamente, este personaje se ha convertido en emblemático en la medida que encarna mejor que cualquier otro personaje la metamorfosis del títere en un ser humano.

El cuento

La historia fue contada en 1881 bajo la forma de un folletín en Il Giornale dei Bambini (El diario de los niños) por Carlo Lorenzini, conocido como Collodi, un autor dramático, periodista y responsable de la censura en esta publicación para jóvenes. Un carpintero pobre, el Maestro Geppetto (diminutivo de José, el carpintero y padre por excelencia), tiene la idea de esculpir un títere animado y de hacer fortuna gracias al muñeco; así, su colega Cereza le entrega un tronco que no le sirve. De hecho, dicha madera tiene un carácter extraño desde el principio. El Maestro Geppetto comienza entonces a dar forma de niño al trozo de madera. Pero al momento de acabarlo, el títere empieza a hacer de las suyas, le roba la peluca y le tira de la lengua. Está listo para afrontar la vida. Maravillado por las extraordinarias habilidades de Pinocho, ya que éste sabe hablar y caminar, Geppetto decide enviarlo a la escuela, y se sacrifica por él como si se tratara de su propio hijo. Es entonces cuando comienza la serie de desventuras que le llevan a encontrarse con una chiquilla de pelo azul oscuro; es un personaje mágico, entre un hada, una madre o una hermana, que a veces lo cuidaba y protegía, y otras veces lo castigaba. En sus orígenes, la historia debía terminar en el capítulo XV: Pinocho, perseguido por los bandidos, busca refugio en una cabaña de madera donde la chiquilla le anuncia que todo el mundo está muerto y que nadie puede ayudarle. Los bandidos lo cuelgan de un roble y Pinocho vuelve a ser el trozo de madera que era al principio. Este final se integró en la crueldad común de los cuentos infantiles (ogros devoradores de pequeños niños, padres enfadados, madrastras crueles, etc.). La muerte de Pinocho es por tanto simbólica y constituye el preludio del renacimiento, en un recorrido iniciático que tiene como objetivo la búsqueda del conocimiento y de las cualidades humanas. En efecto, el editor de Collodi y los jóvenes lectores le exigieron que la muerte de Pinocho no marcara el fin de las aventuras del títere. Collodi retomó su personaje, y entonces nos encontramos con Pinocho, que sigue los pasos de su padre, Geppetto, quien, por su parte, desesperado por la idea de no volverlo a ver, viaja a América atravesando el océano. Es entonces cuando interviene el episodio en el que Geppetto y Pinocho se reencuentran en el estómago de un animal acuático. Finalmente, el títere se convierte en un niño de carne y hueso. Y la metamorfosis se completa.

La modernidad del personaje

Puede parecer extraño que en el momento de la cultura hipertecnológica, tan lejana de aquel siglo XIX en el que nació Pinocho, el títere más popular de la literatura no haya sido olvidado, sino que ha sido una fuente de inspiración para muchos artistas, desde los cineastas, Walt Disney en 1940, Roberto Benigni en 1999, pasando por Luigi Comencini en 1972, y sin olvidar a Steven Spielberg, cuyo niño-robot que quiere convertirse en humano en Inteligencia artificial (2001) se refiere, evidentemente, al personaje de Collodi. Entre las adaptaciones al teatro, hay que mencionar Pinocchio de Carmelo Bene (1980); la versión onírica y mágica de Tonino Conte (1996), con escenas y vestuario creados por Lele Luzzati para el Teatro della Tosse de Gênes; o Pinoccio, storia di un burattino (Pinocho, historia de un títere) del Picolo Teatro de Milan, dirigido por Stefano de Luca (1997) que muestra bien la dimensión imprecisa y misteriosa y el aspecto inacabado del títere fabricado por el viejo Geppetto. Más recientemente, Pinnochio nero (2004) de Marco Balianin, con el Teatro delle Briciole, fue realizado por veinte jóvenes de Nairobi. Estos jóvenes vivían en los vertederos de los barrios de chabolas de la capital de Kenia, y les llamaban chokora (es decir, basura). Pero se convirtieron en los protagonistas de una historia, que además de ser una creación teatral fuera de lo común, hizo que recuperaran su dignidad como seres humanos conscientes; además, crearon una parábola en la que Pinocho iba a ver la actuación. Jean Cagnard compuso Bout de bois (Pedazo de madera), obra que la compañía Arketal interpretó en 2004 bajo la forma de un viaje de “isla” en “isla”, que eran pequeños teatros y paisajes que se abrían sobre cada una de las aventuras del títere. Incluso en China, la Compañía Nacional de Títeres a añadido a Pinocho a su repertorio. Por último, son muchas las interpretaciones de carácter literario y psicoanalítico del tema de Pinocho; por ejemplo, en la obra de Giorgio Manganelli, Pinocho, un libro paralelo (1977).

El viaje de Pinocho es el símbolo de la búsqueda de identidad, pero además, recoge muchos elementos de la frontera entre lo inanimado y lo humano, una frontera que puede ser rebasada a través de un recorrido sembrado por muertes, renacimientos y metamorfosis. ¿En qué momento podrá el trozo de madera, el burattino, acceder al rango de ser humano? ¿Cuándo aprenderá a obedecer a las leyes y a los códigos sociales, o cuándo encontrará a su padre Geppetto, y a través del reconocimiento de esta filiación, reconocerá su origen y su identidad? Y finalmente, ¿cuándo será consciente de la muerte? Estas son quizás las cuestiones que han hecho que este títere sea y haya sido tan popular. Este cuento para niños trata la cuestión de los límites de lo que es un humano, un tema al que se le ha dado mucha importancia en estos tiempos.

Bibliografía

  • McCormick, John; Alfonso Cipolla y Alessandro Napoli. The Italian Puppet Theater – A History. Jefferson (NC): McFarland & Co., 2010.