Una de las figuras más extraordinarias y desconcertantes de la literatura española del siglo XX, vinculado a los títeres desde diferentes aspectos. En el prólogo de uno de sus esperpentos, Los cuernos de don Friolera (1921), reunido luego con otros esperpentos bajo el título de Martes de Carnaval (1930), Valle-Inclán expresa así lo que piensa del bululú, género de teatro popular representado por titiriteros solistas: “Pudiera acaso ser latino. Indudablemente la comprensión de este humor no es castellana. Es portuguesa y cántabra, y tal vez de la montaña de Cataluña. … Este tabanque de muñecos sobre la espalda de un ciego prosero, para mí, es más sugestivo que todo el prosaico teatro español…”
Con estas palabras del personaje Don Estrafalario explicaba Valle-Inclán su opinión sobre este tipo de teatro popular que eran los bululús, que con ayuda de muñecos representaban en tabernas y lugares poco recomendables historias de cornudos e infidelidades muy del gusto de los parroquianos (y que no dudaban en cambiar por otras de origen sacro si la oportunidad de ganar unas monedas lo requería). Esta es casi la única referencia en nuestra literatura a esa forma del teatro de títeres más popular. Sin embargo toda la obra de este dramaturgo está empapada de esa moral y esa filosofía. Su creación más sensacional, el esperpento, está directamente ligada, en su visión irónica y satírica al teatro de títeres popular de la época; y no solo en lo que esto se refiere, también la construcción de sus personajes y de sus situaciones entroncan con ese teatro de títeres rabioso y vivo que podía verse en las calles y tabernas. Así definía su teatro: “…mirar al mundo desde un plano superior, y considerar a los personajes de la trama como seres inferiores al autor, con un punto de ironía. Los dioses se convierten en personajes de sainete. Esta es una manera muy española, manera de demiurgo, que no se cree en modo alguno hecho del mismo barro que sus muñecos… Esta manera es ya definitiva en Goya”. Valle-Inclán influyó decisivamente en autores como García Lorca o Artaud; inventó un teatro nuevo y absolutamente rompedor a comienzos del siglo XX y se reinventó a sí mismo en publicaciones que subtituló como “autos para siluetas” (Ligazón, 1926; Sacrilegio, 1927) o “melodramas para marionetas” (La rosa de papel, 1924; La cabeza del Bautista, 1924); estas obras fueron reunidas bajo el título Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte, 1927). Antes había aparecido Tablado de marionetas (1926), que reunía tres farsas publicadas en diferentes épocas. Aunque parece ser que estas obras no fueron escritas específicamente para teatro de títeres, sino para actores que se comportaran como marionetas, posteriormente varias compañías europeas las han interpretado con marionetas.

Bibliografía

  • Valle-Inclán, Ramón del, Le Marquis de Bradomin, suivi de Lumières de Bohème et du Retable de l’avarice, de la luxure et de la mort, Paris, Gallimard, 1965.[S]
  • Valle-Inclán, Ramón del, Tréteau de marionnettes, Paris, Gallimard, 1971.[S]
  • Valle-Inclán, Ramón del, Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte, Madrid, Espasa-Calpe, 1990[S]
  • Valle-Inclán, Ramón del,, Tablado de marionetas : para educación de príncipes, Madrid, Espasa Calpe, 1990[S]
  • Valle-Inclán, Ramón del, Obra completa, II, Madrid , Espasa Calpe, 2002 [S]