Ventrílocuo español, muy popular en la primera mitad del siglo XX por su magnífica colección de autómatas. Comenzó su carrera artística en Valencia como cantante de zarzuela, concertista de guitarra y monologuista; pero al ver actuar al ventrílocuo Marthen quedó tan impresionado que optó por este arte escénico. Para ello contaba con una voz prodigiosa, aunque tuvo que endeudarse para comprar una colección de muñecos y construir sus primeros autómatas. El año 1902 debutó en Gandia, cerca de Valencia, con un espectáculo de monólogos y números musicales, al que siguieron diversas actuaciones en Barcelona, donde consiguió un gran éxito. A partir de entonces las giras por  España fueron continuas. Francisco Sanz, fue depurando sin cesar su técnica, renovando la presentación de sus espectáculos y perfeccionando los autómatas. Para ello contó con la inestimable colaboración del mecánico Lorenzo Mataix, que consiguió mejorar los rasgos fisionómicos de los muñecos y sus mecanismos. La perfección de estos ingenios automecánicos de dimensiones humanas y la destreza de Sanz en su manipulación hacía que pareciesen verdaderos seres vivientes.

El espectáculo de Paco Sanz representaba una exhibición del progreso técnico, producto del maquinismo de la segunda revolución industrial. Además, sus montajes tenían también un gran valor estético, gracias en buena medida a las bellísimas decoraciones, obra de la afamada dinastía escenográfica valenciana de los Alós.

En la segunda y tercera décadas del siglo XX su nombre ya era muy popular en toda España, la cual recorrió sin pausa, realizando también diversas giras por América. En todos los lugares consiguió sonoros triunfos, especialmente en Valencia y Alicante, donde era muy querido. La compañía automecánica de Paco Sanz llegó a constar de una espléndida colección de 25 autómatas. Los personajes que más sobresalían eran Frey Volt, los niños Pepito y Juanito, la bailarina, el borracho, el loro mecánico, Cotufillo y su maestro, el viejo, el negro, la señora romántica, el sargento, el legionario y, muy especialmente, el director y primer actor Don Liborio. Este último muñeco era muy celebrado por los divertidos diálogos que montaba y por sus ingeniosos comentarios sobre asuntos de la actualidad, lo cual le valió al artista algún problema con la censura. Durante la Guerra Civil, el eminente ventrílocuo se trasladó a París para actuar en diferentes salas de fiesta. Al terminar la contienda volvió a Valencia donde murió unos meses después.