El arte de la narración se puede abordar al menos de dos maneras. Desde el punto de vista histórico y folclórico, está estrechamente ligado a la cultura oral. Desde un punto de vista más conceptual, lo que destaca es el modo de transmisión. Esta segunda acepción (que sobreentiende la existencia de un “yo” narrador) permite recolocar el arte de narrar tanto en la cultura “oral” y “tradicional” como en la sociedad actual. Los mitos, leyendas, cuentos heroicos y las epopeyas religiosas comparten una raíz común: estos relatos se desarrollan a lo largo de los siglos a través de su repetición (pero no necesariamente de manera idéntica) por narradores profesionales. En muchas regiones del mundo, el arte del titiritero se une al del narrador, mientras que en otras, los narradores se incorporaban a las compañías. De este modo, las mismas historias aparecían en los repertorios de títeres, de teatro, de ópera, de baile y de cuentacuentos. En Asia, la profesión de narrador estaba muy cuidada y presentaba un conjunto muy variado de géneros. Esto se debe quizá a que tan sólo la élite estaba alfabetizada. Se transmitía de generación en generación, por gremios o por dinastías familiares. En Asia, las epopeyas sagradas del hinduismo, el Râmâyana y el Mahâbhârata, así como los relatos búdicos de los jâtaka, se extendieron y transmitieron a las poblaciones analfabetas, en parte por la labor de estos narradores. En la Europa medieval, la profesión de narrador era ejercida por los juglares reales, pero comenzó a desaparecer justo antes de que el arte del títere se estableciera como forma artística. En consecuencia, aunque tenía una alta sofisticación técnica, el arte del títere europeo no estaba unido a la larga tradición oral de la epopeya y los mitos, a diferencia de su equivalente asiático. Las culturas africanas, asiáticas, y amerindias también tuvieron sus propios grupos perfeccionados de narradores profesionales. Algunos pocos podían realizar funciones religiosas; otros eran historiadores o simplemente artistas de la palabra. Sin embargo, aunque algunos narradores africanos, australianos o amerindios utilizaban objetos para acompañar sus narraciones, raramente acompañaban sus relatos con títeres propiamente dichos.
Asia
Se puede considerar a la India la patria del cuento popular. Los narradores indios llevaron este arte hasta la cumbre y las religiones de la India se transmitieron en su mayoría por el país gracias a los cuentos populares. Los relatos tradicionales jugaron un papel importante en la enseñanza religiosa hindú y, más tarde, en la propagación del budismo, concretamente con los jâtaka (describían los eventos que marcaron las vidas anteriores de Buda Sakyamuni), proporcionando temas populares bien representados por imágenes y en los cuentos. Los textos religiosos hinduistas y budistas se recitaban a partir de libros fabricados con hojas de palmera encuadernadas y que solían contener escenas ilustradas. Parece ser que los narradores adoptaron esta práctica. Los textos hindúes antiguos, como los sutras de Panini (s. V-VI a.C.), contienen referencias al arte de la narración acompañadas de una secuencia de imágenes pintadas sobre un rollo. Durante los siglos siguientes, estos rollos se exponían al pueblo por predicadores ambulantes. En la India medieval, esta enseñanza se realizaba a menudo con rollos que describían de una manera muy viva los relatos religiosos o evocaban los peligros del infierno. Más tarde, se desarrollaron grupos de narradores profesionales que utilizaban rollos ilustrados, como los bardos kalamkari en el sureste de la India y los bhopo en Rajastán, al norte de la India. Hoy en día, aún se pueden encontrar rollos par o pat, que son la base de estos cuentos y que contienen escenas heroicas extraídas del Râmâyana. El títere indio está muy ligado a muchos otros géneros que se desarrollaron en el marco del arte de la narración. Hoy en día, todavía, en el Estado de Orissa, los títeres de hilos acompañan los poemas cantados basados en los relatos (que datan del s. XII) transmitidos oralmente y que cuentan la epopeya de Krishna. Otro género de espectáculo de títeres (en Kerala) es el resultado del kathâkali (s. XVII, ver Pavakathâkali), drama bailado, en el que los actores‑bailarines, vestidos y maquillados, realizan los papeles sagrados basados en el Râmâyana y cantados por un conjunto vocal aparte. Al igual que los narradores, los cantantes del kathâkali mezclan los textos memorizados con cantos improvisados. El arte del títere de Kerala se desarrolló en el siglo XVIII para expresar con mímica la danza del kathâkali con títeres vestidos y maquillados. Algunos investigadores sugieren que el oficio de titiritero de sombras llegó desde China a la India en la época medieval. Más tarde, las epopeyas del Râmâyana y Râvanachhaya, representadas con música y diálogos, se convirtieron en la base del teatro de sombras indio que también se expandió por Indonesia (ver India e Indonesia).
Si dejamos a un lado las sombras, parece ser que para la mayoría de géneros, la transmisión se hizo en sentido contrario, desde la India hacia China. El arte de la narración siguió la ruta de la seda y penetró en China, donde floreció de nuevo. A partir del siglo VI, los narradores populares budistas también utilizaron los textos chinos pien-wen y los rollos ilustrados. De hecho, entre los siglos X y XIII, el arte de la narración se expandió por los nuevos centros urbanos, al mismo tiempo que los dramas populares y los espectáculos de acróbatas y de títeres. Estos artistas, que estaban en su mayoría organizados en compañías, trabajaban a menudo en los “barrios del placer”. Durante los siglos siguientes, el repertorio de estos narradores profesionales se enriqueció con una gran variedad de géneros, cantos y tambores de guerra de Pekín (dagu), cantos más dulces de los tanci románticos o claqué del kuaishu improvisado, con sus ritmos rápidos y sus rimas llenas de espíritu. Estas historias podían ser poemas cómicos cortos, pero también epopeyas cantadas durante noches enteras durante un mes. Del mismo modo, el arte del títere en China abarca una variedad muy amplia de géneros y técnicas, títeres de hilos (algunos de tamaño impresionante), títeres de guante de todo tipo y el teatro de sombras. Su repertorio está formado normalmente por los mismos relatos que los cuentos de tradición oral, entre los que destacan los relatos heroicos de San Guo Yanyi (El Romance de los tres reinos), el Shuihu Zhuan (Los forajidos de las marismas) e historias de amor trágicas como Hong Lou Meng (El Sueño en el pabellón rojo). A esto se añaden los cuentos budistas de origen indio como Mulien, el relato de un monje que baja a los infiernos para salvar a su madre (ver también China).
El budismo se implantó en Japón gracias al comercio con China y así se introdujeron muchas prácticas comunes en el arte de la narración. De este modo, las artistas femeninas japonesas ligadas al templo budista contaban relatos acompañados de imágenes, mientras que los sacerdotes del siglo XII “recitaban pinturas”. Más tarde, el arte de la narración se secularizó y a partir de los años 1910, con la ayuda de ilustraciones, aparecieron los narradores yose que compartían a menudo escenario con malabaristas y magos. Hoy en día todavía existen estos narradores y utilizan objetos como abanicos. El arte del títere se transmitió del mismo modo desde China y también presentaba en su origen temas budistas. Progresivamente, se estableció la tradición del bunraku, donde los grandes títeres de mano se acompañan de los cantos de los profesionales. Estos narradores recitan los textos de memoria, pero son oradores apasionados. Los manuscritos de las obras jôruri del bunraku se basaban en historias humanas y seculares, llenas de conflictos, tensión y, a veces, violencia. Uno de los autores dramáticos más conocido en este dominio fue, en el siglo XVII, Chikamatsu Monzaemon (ver también Japón).
A la vez que se extendía hacia el norte de la India, el budismo y las tradiciones orales se extendieron hacia el sur, a Sri Lanka, que ha preservado una tradición budista muy rica, pero también, a partir del siglo XII, espectáculos de títeres que representaban relatos religiosos. Desde este punto, algunas tradiciones populares se difundieron hacia el norte, en Tailandia, Birmania y el sur de Indonesia. Una de las tradiciones más conocidas de Asia es el wayang, teatro de títeres muy elaborado que abarca numerosos géneros. El dalang es un narrador profesional que canta el relato y los diálogos de los títeres o sombras que maneja tras una cortina o una pantalla mientras una orquesta le acompaña. Desarrolla la historia a su ritmo y el relato se basa habitualmente en las guerras que aparecen en el Mahâbhârata, el Râmâyana o en algún cuento de animales. En Malasia, también existen varios tipos de wayang, de los que el más popular es el wayan kulit, que se centra en las aventuras de Râma, mientras que el dalang malayo tiene un papel religioso. Los espectáculos de títeres en Tailandia también se basan en el Râmâyana y son menos conocidos y, al igual que en Birmania, parecen compartir muchos puntos en común (en cuanto al narrador y al estilo) con los bailes sagrados, muy estilizados y con máscaras, de estas regiones.
Además de estos géneros clásicos bien establecidos, las minorías étnicas de las altas mesetas del sureste de Asia también tenían sus tradiciones en la narración y el espectáculo. La India y Birmania comparten ciertos trazos culturales de origen budista, mientras que los pueblos tailandeses que viven en un territorio que linda con China, Laos, Tailandia y Birmania, han mantenido una tradición antigua de cantos épicos y orales llamada khap, de la que una parte es una adaptación de los jâtaka budistas. Laos sigue formando cantantes-narradores en sus escuelas. En estas regiones poco estudiadas, los narradores tienen un papel religioso muy importante. Los espectáculos de títeres de hilos birmanos (que pueden ser de origen indio) se presentaban con motivo de las ceremonias sagradas. Los textos birmanos del siglo XV contienen referencias a los títeres utilizados en las consagraciones de un santuario y las figuras podían incluso servir de “médiums”. Por último, los Hmongs, una etnia minoritaria dispersada entre Laos, Tailandia, China y Vietnam, bordan sobre telas pintadas escenas sacadas de la vida cotidiana. Artistas de esta etnia, emigrados recientemente a Estados Unidos, han creado relatos bordados contando sus aventuras.
Europa
Al igual que en Asia, Europa tiene su propia tradición en el terreno de la narración. En los orígenes podemos encontrar, entre otros, las leyendas anglosajonas (Beowulf) o normandas. Algunos de estos relatos heroicos reaparecieron siglos más tarde a la vez que el arte del títere, en el que, en parte, se ampararon. En Sicilia, las leyendas épicas contadas por los narradores ambulantes de la Edad Media reaparecieron en el siglo XIX bajo la forma de los cantastorie o cuntu, que compartían algunos temas con los títeres sicilianos, los pupi. El cuntu sigue un ritmo muy particular: el narrador le da a su historia una forma discontinua, acompañada de golpeteos con los pies en el suelo para aumentar la fuerza emocional del relato. Mimmo Cuticchio ha retomado hoy en día esta tradición en La Spada di Celano (La Espada de Celano), contando su experiencia con Peppino Celano, su viejo maestro de cunto.
Los narradores de Europa más conocidos son los juglares de la Edad Media que se encontraban sobre todo en Gran Bretaña, Francia e Italia. Estos artistas profesionales incluían entre sus filas a músicos, poetas, cómicos y titiriteros. Más al este, los bardos de algunas regiones rusas cantaban epopeyas, acompañados de instrumentos. Estos artistas pudieron tener influencias procedentes de la India a través de Irán y Turquía. Entre los relatos heroicos se encontraban, por ejemplo, la epopeya del Rey Kesar y las crónicas de las guerras contra las tribus turcas de Asia central, en las que los artistas, vestidos con impresionantes ropas blancas, apoyaban sus relatos con pinturas. En la Inglaterra medieval, los juglares que no tenían el apoyo de la corte se desplazaban por abadías y monasterios y algunos de ellos acompañaban el espectáculo con títeres. Sin embargo, la popularidad de este arte comenzó a declinar tras el siglo XIV para dejar sitio a la comedia y al arte dramático. El arte de la narración, en su versión religiosa, se desarrolló también en Europa, donde podemos encontrar el equivalente a los espectáculos sagrados orientales. De este modo, en la Pascua, en los siglos XI y XII, los sacerdotes utilizaban también a veces rollos ilustrados (rollos de exultet) para explicar la resurrección de Cristo. En la Edad Media, los artistas de calle presentaban los dramas religiosos con “esculturas móviles”. En los siglos XV y XVI, en España, los titiriteros ambulantes reproducían en sus teatrillos, los retablos, escenas de la Biblia (como el Nacimiento) y relatos de la vida de los santos con figurillas mecánicas. Se pueden encontrar estos personajes animados en Inglaterra durante el periodo isabelino (1558-1603) en los espectáculos donde también aparecían figuras accionadas por energía hidráulica o por órganos mecánicos. También se conocen representaciones similares como Kimmelreich (El reino de los Cielos) en Alemania, o las tabernacula en Polonia. Cabe también mencionar la tradición del montaje de belenes en las iglesias acompañado de cantos que se remontan al siglo XIII. En el XVIII, aparecieron los belenes animados, convirtiéndose en verdaderas piezas de teatro. El retablo religioso se secularizó para convertirse en un verdadero escenario, en el que se representaban obras profanas como el “Retablo del maese Pedro” descrito por Cervantes en Don Quijote en el siglo XVII y que inspiró a numerosos artistas. En la tradición oral de la cultura judía europea, algunos cuentos y leyendas se utilizaban sobre todo para dar lecciones éticas. Un género cómico, el shwank, también tenía función moral, sin embargo, quizás a causa del desarrollo tan lento de la alfabetización y de la escritura, la tradición judía no fue retomada por los narradores profesionales y el folklore quedó estrechamente ligado a las costumbres religiosas.
África
La profesión de narrador es un arte bien asentado en gran parte de África. En Nigeria y Senegal existían asociaciones definidas y escuelas destinadas a la formación de estos narradores. La función más conocida es la del griot, en lugares como Nigeria o Sudán. Un bardo (muy cercano al juglar europeo) estaba ligado a la familia real y era el encargado de cantar las alabanzas. En algunas regiones de África, algunos narradores eran formados para conservar y transmitir la historia de la realeza, mientras que otros estaban más especializados en los ritos de adivinación. En general, también se esperaba de ellos la viveza de espíritu y que jugaran con las palabras y los tonos. Las tradiciones africanas ponen su acento sobre los personajes para darles la mayor vida posible gracias a los gestos, las expresiones y a veces a las ropas del narrador. En algunos casos, los objetos (un cetro, un abanico o una lanza) podían servir para acompañar el relato. En el udje, tradición satírica de los Urhobo de Nigeria, el narrador podía incluso blandir una efigie grotesca de la persona de la que se burlaban. Finalmente, las tradiciones africanas, igual que las de Asia, unen estrechamente el cuento hablado o cantado con el acompañamiento musical que sirve de ritmo básico del relato.
América
Mientras que las tradiciones africanas insisten en la vivacidad y la agudeza, la cultura oral de los amerindios pone de relieve el poder particular que tenía la palabra misma al ser pronunciada. Numerosos pueblos autóctonos comparten, en efecto, una concepción de la palabra como sacramento o fuerza vital. Como en África, los amerindios conforman una gran diversidad de etnias y, antes de la colonización, América del Norte incluía, al menos, quinientos idiomas distintos. Como en todas partes, estos grupos presentaban numerosos géneros de tradición oral distintos, desde relatos épicos a la poesía sagrada y cortés. Normalmente, la elocuencia era tan apreciada en el historiador como en los jefes religiosos o políticos, que eran entrenados con este fin por las mujeres de sus comunidades. Los amerindios acompañaban a menudo sus relatos con objetos con fines ilustrativos: es el caso, por ejemplo, de las figuras de hilos complejas utilizadas en las tribus del noroeste y del suroeste. En otros casos, los objetos permiten “codificar” el mismo cuento, como por ejemplo en la cestería de Sudamérica. Los indios de las llanuras utilizan también un lenguaje de signos para comunicarse. En general, este uso narrativo de objetos no constituye un género especial practicado por titiriteros profesionales, pero le da todavía mucha más importancia a la palabra.
Oceanía
Las tradiciones orales más desconocidas y secretas son las de los primeros pueblos de Australia, donde hay un conjunto muy rico de mitos que se transmiten de generación en generación. Estos últimos describen los viajes de sus ancestros sobre la Tierra y cada uno de ellos es “cartografiado” con forma de “líneas de sueños”, pistas que pueden seguirse a largas distancias en el paisaje. De este modo, el “maestro” del mito de un ancestro interiorizaba el mapa geográfico de un terreno determinado. Sin embargo, estas leyendas se transmiten durante ceremonias privadas que las tribus aborígenes prefieren guardar en secreto. Ninguna de estas tradiciones orales y visuales está directamente ligada a un arte de títeres, aunque algunos relatos se acompañan de pinturas sobre la arena y figuras de hilos. Encontramos también esta tradición de relatos mitológicos ilustrados con varios objetos en los pueblos de las islas del Pacífico, como los de Nauru, conocidos por sus impresionantes y complejas figuras de hilos.
El cuento y el títere en el siglo XX.
A partir del Renacimiento, el arte del títere se ha encaminado hacia el arte dramático y un gran repertorio compuesto por temas sacados de la commedia dell’arte, de episodios bíblicos, del drama isabelino, del melodrama francés del siglo XIX, de los cuentos populares, los cuentos de hadas para niños y otros géneros. En la segunda mitad del siglo XX, bajo influencia del teatro japonés y con el redescubrimiento del teatro épico por Brecht, numerosos titiriteros abandonaron el arte dramático “aristotélico” y se dedicaron al relato oral ilustrado con títeres, objetos y otros soportes, lo que podemos considerar como una vuelta a las formas originales. Quizá por razones económicas, podemos observar el desarrollo de una forma teatral basada en el narrador: si, en el teatro, el italiano Marco Paolini combina compromiso civil y cuento de autor (Il Racconto di Vajont), en el dominio de los títeres, el titiritero a vista se convierte también en narrador. Esto queda atestiguado por los espectáculos de Massimo Schuster, desde Ubu rey hasta Mahâbhâratha.
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